El oído de Vicente Martelli - parte II -
Segunda parte: El otro lado.
- Estás poseído y maldito. ¡No te creo, poseso¡, ¡no te creo¡, Poseído por un demonio¡ el maldito se manifiesta en ti. ¡Dime tu nombre¡ - gritó el Prior como desaforado.
- ¡Marcus Lowel ¡
- ¡No te hablo a ti, Marcus¡, enfermo del demonio¡. Me dirigí a la bestia que tienes dentro. ¿Cómo te llamas? Infesto¡ ¿ a que demonio a que reino, a que príncipe respondes?, putrefacto¡ - vociferó el Prior, entre estertores eléctricos de los músculos de su rostro, seguidos de gestos aterradores para cualquier humano - ¡me dirijo a ti, inmundo, que estás dentro del cuerpo del infeliz de Lowe ¡
- No, no por favor, no¡ basta Prior, se lo suplico no me tortures más¡¡ no me tortures más¡ por el amor de Dios, te lo pido, no me tortures¡ ay¡Mulet¡, deja de estirar el potro, me estas destrozando¡- gritaba Marcus, del tal forma que era fácil deducir que su psiquis estaba destroza en estado de pánico total.
- ¡Cállate súcubo¡¡ no menciones a Dios; porquería protectora de los monstruos de los avernos ¡ Mulet¡¡, trae el hierro candente, marcaremos al blasfemo en su asquerosa boca y destrózale los oidos - dijo con voz grave, calma y sentenciosa, totalmente distinta a la de los gritos feroces de amedrentamiento - luego llévalo a la isla y enciérralo en el calabozo más obscuro, que se pudra comido por las ratas. Mientras tanto esperaremos la llegada del consejo para juzgar a este socio del ángel caído.
- Como usted ordene Prior - Contestó Mulet, el asistente torturador preferido de Malaquías. - Como dice el Señor, como ordena el Señor¡
- Alabado el Dios de los justos¡
- alabado sea, Prior – dijo Mulet, mientras observaba por el rabillo del ojo como se alejaba hacia la salida de la mazmorra. Aprovechó ese instante para decir – Marcus. ¡ Marcus¡, despierta¡¡ - le habló en voz baja al reo atado al potro - No hables Marcus, solo escucha, o morimos los dos…
- Si, si¡… - asintió Marcus desesperado de miedo, en silencio, mientras hacia esfuerzos para no desmallarse. Su único ojo abierto se desorbitaba tratando de mirar hacia la salida donde se había dirigido Malaquias y luego mirar a Mulet.
- Dile que eres de las huestes de Murmur, que eres su trompeta. Díselo ya y luego haz que vomitas. ¡Hazlo o tendré que quemarte con hierro candente tu boca y perforar tus oídos¡¡ si lo haces solo deberás soportar una pequeña marca del Prior en tu pecho. Te dolerá horrores, pero al menos podrás comer beber y besar a tu esposa y a tus hijos… ¡hazlo por el amor del cielo ¡ amigo mío¡¡ - susurró disimuladamente.
- ¡¿ qué cuchicheas tú , Mulet el cancerbero, con ese maldito depravado???¡ - gritó el Prior desde las escaleras de piedra con su voz que atronó la mazmorra; y sin siquiera darse vuelta para observarlo, como si tuviera ojos en la nuca.
- Creo que este desgraciado mencionó una palabra que no entiendo – respondió Mulet rígido por el miedo. - Gran Prior, este despojo pronunció palabras al revés¡ - arrodillándose Mulet dirigió su mirada hacia el piso de piedra, manchado con restos de sangre de Marcus. Gritó ¡ Prior, acérquese, este hombre está tratando de decir algo más¡
Malaquias bajó las escaleras como un rayo, demostrando un estado físico fantástico…
- Ah¡ el buen señor sabe lo que hace a través de mí¡. – dijo, retirando la capucha inmensa que cubría su cabeza y oscurecía como la noche sin luna su rostro, marcado por dos crucifixiones de esqueletos con cráneos con cuernos, en ambos lados de sus mejillas.
Se dirigió nuevamente hacia el potro de tortura. Se acercó al cuerpo destrozado de Marcus, al que olfateó como un perro – Dime, Marcus Lowel, dime, flautista-poeta - decía, mientras lo olfateaba - Habla tú, Te escucho con atención – dijo con un modo de hablar cargado de odio y sorna.
- ¡¡ Murmur¡. ¡él Está dentro de mí, aquí, en mi pecho¡ - dirigiendo la mirada del ojo que tenía medianamente abierto hacia allí. Habló claro y lúcido, Marcus Lowell, su vida dependía de su actuación ante el Prior.
- Ah¡ sí, Murmur…Murmur.. ¿escuchas trompetas?, dime… ¡dime¡… - le gritó Malaquías, como trueno, cerca de la oreja -
- Si, mi señor, si, trompetas, muchas trompetas¡ - tartamudeó el infeliz de Marcus, totalmente desquiciado por el terror y vomitando sangre.
El Prior Malaquias. El más terrible inquisidor. Lo llamaban “el Castigo”. Nadie se atrevía a ver sus ojos ni sostener su mirada frente a frente. Los propios cardenales le temían. Posiblemente hasta Dios le temía; él veía al demonio. Era el poder que Dios le había concedido, según su propia versión, tener la capacidad ver las imágenes de los demonios y oír los sonidos que emitían dentro y junto a los posesos. Era un hombre de 25 años. Un sanguinario bestial y gran guerrero, valiente y temerario por demás. El ejército Sarraceno le temía. El terror se reflejaba en el rostro de cada uno de los hombres de las tropas Musulmanas cuando veían avanzar a pie firme a él “el castigo”. En batalla usaba un atuendo espcial de monje encapuchado color negro desprovisto de mangas, para mostrar adrede sus brazos al desnudo, largos, poderosos, con músculos que parecían tiras de cuero tensionadas, llenos de cicatrices y símbolos arcanos, capaces de blandir una descomunal hacha de doble filo a velocidades increíbles; y que tenía como mango un crucifijo lleno de púas.
- No le quemes la boca – pidió el prior a Mulet - hazle la marca de Dios en el pecho y dale de beber, a este pobre infeliz. Buen trabajo, cancerbero… buen trabajo…
- Gracias eminencia – respondió Mulet agradecido, mientras tomó un hierro candente del caldero en cuya punta había un crucifijo pequeño al rojo vivo y que apoyó de golpe en el pecho del desafortunado Lowel, quien se orino y defecó encima, sin gritar ni quejarse por la quemadura, como si ese último dolor fuera realmente el final del tormento. Marcus Lowell, criador de cabras. Excelente flautista y mejor poeta.
- ¡Ah¡ la bestia dentro de él expulsa sus porquerías¡ huélelas Mulet, Huélelas¡ azufre puro y podrido¡¡, mira el enchastre del mal. Baldea a Marcus con agua bendita y sal, lo exorcizaré ahora mismo, este hombre está a punto de ser bendito¡ –
Malaquias inició el rito. Era un experto. Su fuerte. Comenzó a azotar él mismo con un látigo el vientre del pobre Marcus, que a esa altura de los acontecimientos solo deseaba morir.
El prior recitó :¡¡¡Regna terrae, cantate Deo, psallite Domino, Tribuite virtutem Deo. Exorcizamus te, omnis immundus spiritus, omnis satanica potestas ¡¡¡.
Marcus comenzó a rezar alabanzas y gritó repetidamente, casi perdiendo el conocimiento: ¡ Marteli¡¡ Marteli ¡vete ya de mi por favor¡ - sollozando desgarradoramente. Comenzó a sangrarle el oído izquierdo, profusamente.
- ¿Marteli? … Marteli¡, ahhh¡ ¡ Martillo¡,- interpreto el Prior -. Mira ¡ Por el amor de Dios¡ ¡El adversario está saliendo por su oreja¡, ¡Mira, Cancerbero¡ observa el poder divino expulsando al satánico¡
El pobre Marcus Lowell susurró: Déjame en paz… “Marteli”… déjame…. Deja de tocar tu música. Vete ya, que me están matando… Por Dios, vete, no quiero oírte ¡… no . … ¡oh¡, por fin te fuiste¡¡… - Lowel se desmayó completamente con una sonrisa en sus labios.
- Mulet, baña a este hombre y llama al médico y sus asistentes. Antes límpialo con aceites y perfúmalo con mirra. Dale buen alimento y de beber. Ponlo en la abadía en el mejor aposento de huéspedes y Enciende un fuego para que entibie sus huesos. Que descanse. Ah, sí¡, me olvidaba, envía al pequeño heraldo a informar a su familia que Marcus Lowel, el poseído, está nuevamente con Dios y ahora bajo mi protección, aquí en la tierra, como emisario. –
El Prior transformó su mirada de muerte en misericordiosa. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Se arrodilló al costado de Marcus y beso su mano mientras rezó: “Bendito eres ahora, Marcus, tu que resististe al averno¡¡ tú que escuchas el más allá¡… serás mi interprete ante los demonios y los obscuros a partir de hoy… Descansa guerrero de los sonidos¡. Te cuidaré…Juro que te cuidaré, seré tu eterno custodio.
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- ¿le sucede algo Martelli? – preguntó el Profesor Wiedemann.
- Profesor, el zumbido dejo de sonar completamente… así, de golpe, no sin antes escuchar gritos desesperados repitiendo mi nombre¡ tengo miedo Wiedemann, tengo mucho miedo, ahora. Siento como si fuera culpable de algo.
- Está temblando y tiene pequeñas combulciones. - Dijo preocupado el profesor a la Doctora, quien apoyo su mano por detrás en el hombro de Vicente Martelli.
- ¡Vicente, tranquilízate por favor¡. Ven, recuéstate en el sillón. Estas todo sudado y… Espera, quédate quieto, sale un hilo de sangre de tu oído. ¿te duele?
- No. Ayúdenme a recostarme, por favor…
Svetlana recostó en el ámplio sillón a Vicente, con la ayuda del Doctor Wiedemann. Martelli se mostraba muy pálido ahora, temblaban sus manos. La doctora revisó el interior del oído con mucho cuidado. La sangra provenía de un pequeño y casi imperceptible corte en el conducto auditivo externo muy cerca del martillo.
- Vicente, solo es una pequeña presencia de sangre en tu oído… seguramente te rascaste con algo punzante nada más. Te llevaremos a la clínica y…
- No, no Doctora… no. No me rasqué ni nada de eso, ni siquiera sentí picazón… Déjeme dormir un poco aquí, les pido por favor, estoy muy cansado y me duelen todos los huesos, como si hubiera estado haciendo un gran esfuerzo físico por mucho tiempo y mi cabeza está a punto de estallar del dolor – la voz de Martelli sonaba cada vez más apagada, casi imperceptible.
- ¿Qué opinas?, ¿lo dejamos descansando aquí o lo llevamos a la clínica? –pregunto el Profesor, alejándose unos pasos, preocupado y sin saber a ciencia cierta que sucedía dentro de la psiquis y el cuerpo de Martelli.
- Su ritmo cardíaco es normal y su presión también. Me intriga esa lastimadura dentro de su oído, no entiendo cómo pudo provocársela… o qué lo hizo – dijo la doctora buscando la mirada perdida en pensamientos del Profesor - … dejemos que descanse aquí. Mira, se durmió como un lirón.
- Tráele una manta. Cúbrelo, apaguemos la luz; y ven, vamos a living, tenemos que preparar el encuentro.
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Ruben Bassi -
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Ruben Bassi -
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