Un adiós en la mitad del camino.



artista: karen Woods - pintura realista
Driving rain – Paintings by Karen WoodsDriving rain – Paintings by ...

Nos convertimos en lo que dijimos nunca debíamos ser. Ahora somos eso que repudiamos cuando éramos más jóvenes. Esto que somos ahora mira nuestro pasado con vergüenza, casi ni lo quiere ver, de tanta vergüenza. Pero lo mira. Las culpas siempre miran hacia atrás esperando no ser vistas por otras culpas mientras escapa de la verdad hacia adelante; y el pasado nuestro está lleno de ellas, de culpas. Por eso tengo miedo de mirarla. Por eso teme mirarme, Norma. Por las culpas.
Fuera de mi todo está como es, la realidad. Sé que es así; Aunque yo lo veo de otra manera a ese todo. Una vez que entró en mí  la realidad, juzgo, miento, arbitro, sentencio, critico, amo y odio. Todo eso hago, digo y callo.  La culpa condiciona todos esos verbos. La culpa te hace creer que todo es parte de las acciones de uno. La culpa desvirtúa la realidad.
La lluvia pega fuerte en el parabrisas. Estoy entre sueños y no sé si pienso o sueño. Por lo que estoy sintiendo es un estado interesante, reflexionar mientras uno sueña ¿esto es meditación?. Es hermoso viajar en auto con lluvia. Es placentero este momento, no me importa nada…

-          Carlos. ¡Carlos¡ despertate¡ Voy al baño, me estoy haciendo pis  ¿tomamos  un cafecito o seguimos?
-          ¿dónde estamos?- le conteste a Norma mientras me desperezo bostezando. Estiro los brazos hacia atrás. Definitivamente estaba totalmente dormido
-           Laboulaye. Cargá gasoil, mientras tanto…
-          Andá tranquila, dale; y pedime un cafecito.   – dormí un buen tirón , pensé-  

Llevé el auto hasta el surtidor.  Las ráfagas de viento ahora eran más fuertes. A  través de la luminosidad de los faroles se veía cómo el agua se convertía en una lluvia danzante. Miré a Norma salir del baño.  Caminó apurada hasta la cafetería de la estación de servicio. Antes de entrar me miró y me hizo un gesto con el pulgar en alto de su mano.
Norma, una estoica. Paró de manejar por que se meaba, si no seguía hasta quedar exhausta. Así es Norma, en todo. Comenzó a vivir y no paró jamás de estar haciendo algo.  Creo que si para se muere.  Ya no amo a Norma; y creo que ella lo sabe. Pero le sigo dando un beso todas las mañanas. Le pregunto ¿necesitas que te traiga algo a la vuelta del trabajo? Y ella me contesta un corto y sencillo -. “te aviso por teléfono” mientras me va limpiando la espalda del saco camino a la puerta de salida. Acordate de llamar a tu mama, me recuerda cada mañana. Sí, le contesto; y la llamo, a mi madre.  Todas las tardes cuando regreso me pregunta ¿llamaste a tu mamá?; y si no lo hice pone los ojos tristes. Los ojos tristes de Norma son como un rezo hacia la virgen pidiendo misericordia. Conmueven. Norma son sus ojos, ella habla con sus ojos…
-          Señor…, señor…
-          Sí, sí, disculpe ¿Cuánto es?
-          Ochocientos cuarenta cinco pesos, señor- me dijo el chico del surtidor con una sonrisa…- ¿le revisamos el agua, el aceite, limpiamos el parabrisas? Se ofreció servicial
-          Bueno, dale;  y revisá el “sapito” – le dije mientras le pagaba con efectivo – Poca gente  a esta hora–  comenté,  por decir algo, mientras miraba a Norma conversar con una señora en la fila del autoservicio, bandejita en mano con dos cafés servidos. Norma es una tiempista. Seguro que cuando termine de estacionar el auto y entre a tomar el café ella estará esperándome en la mesa. Café con una medialuna de grasa…
-          Listo jefe todo en orden; y tiene el sapito lleno, le puse limpiador al agua, ¿sabe? -  me dijo el chico con su sonrisa imborrable – ¡ Esta lindo para tomarse un cafecito con la patrona¡ prosiguió a manera de saludo
-          Gracias¡  tomá – le acerqué propina.
-          Buenas Noches, jefe; y espere a que pare ¡eh¡ esta muy fulera "la cosa". ¿para dónde va?
-          A Buenos Aires…
-          Mire que escuché en la radio que a la altura de Junín hay un tormentón  bárbaro. Le aviso nomás…- me advirtió circunspecto
-          Gracias¡ veré que hacemos…
Estacioné el auto cerca del ventanal, Norma ya estaba pagando en la caja.-  “ Un tormentón” en Junin,  me dijo el pibe. Le preguntaré a Norma si conviene seguir. Me parece que no, pero si ella decide seguir seguimos – entré a la cafetería, caminé hacia ella y me senté a la mesa -. Está calentito – me dijo – ella gozaba ese momento. Tenía la manía de que todo concordara en el momento preciso. Si así no pasaba se molestaba.
-          Hay tormentas fuertes en Junín, Carlos,  escuchá,  Me dijo la mujer del camionero en la fila:  ¡está fulero el tiempo, muy  fulero ¡, fulero, ¡qué palabra¡
-          Sí, el chico del surtidor me advirtió que no siguiera y la mencionó tambien. ¿Qué hacemos?
-          Tomemos el cafecito tranquilos. Nos quedamos aquí hasta que amanezca, faltan dos horas, dormimos un rato y seguimos, si a vos te parece.
-          Como quieras Norma, está bien – Miré por la ventana, cada vez llovía más fuerte.
-          Carlos…
-          Decime…
-          ¿vos te vas a ir ¿no?
-          ¿A dónde me voy a ir?
-          De casa. Te vas a ir ¿no?
-          No, no…yo…
-          Titubeaste
-          Es que me lo preguntaste así de golpe.
-          Tranquilo, tranquilo. Te lo pregunté, sí.  No te asustes. Tenés los ojos asustados. Tranquilo, Carlos – me dijo con voz serena riéndose apenas - ¿hace cuánto que estás pensando en irte? Dale decime…
-          Bueno, en realidad no es que estoy pensando en irme. Pienso como sería mi vida si me fuera de tu lado, que es distinto.
-          Ah¡ sí, claro, es distinto, tenés razón; ¿y como te ves sin mí?
-          No puedo verme sin vos. Por un ratito sí, hasta que – me detuve ahí, mientras observaba el fondo de la tacita de café tratando de asimilar qué forma tenía la mancha de la borra del café.
-          ¿Hasta que qué, Carlos?
-          Bueno, hasta que necesito algo – dije tiernamente, con humildad, tratando de que ese “algo” no sonara despectivo.
-          A mí me pasa casi lo mismo. Nada más solo espero que me necesites. Porque yo de vos lo único que espero es que me necesites, con eso me conformo. Podría vivir sin vos tranquilamente si no me hubiera acostumbrado a vos; mejor dicho, a tus necesidades.
-          ¿Vos me querés, Norma?
-          Y ¿qué se yo, viste?, no sé si te quiero, pero sí sé que te necesito para servir para algo, de eso estoy segura… ¿y vos, me querés, Carlos?
-          Creo que te quiero como vos me querés a mí, me parece. Sé que te necesito…
-          ¿y si nos dejáramos? Nos ponemos de acuerdo en fecha día y hora; y a partir de ese momento no nos vemos más. Es más, nos pondríamos de acuerdo en lo que haríamos para no vernos más ni saber el uno del otro. Nunca más.
-          ¿dejarnos? ¿Así como así?
-          Sí, Carlos, así como así… Suponete, vos. Ahora acordamos en que bajo las cosas tuyas del auto, vos te quedas acá hasta pasado mañana, en un hotel de por aquí; yo llego a la casa, agarro mis cosas y me voy a… ¡qué sé yo¡ a  algún lugar, ponele…
-          Sí, ponele – le dije con voz pequeña – Sí. Sería muy triste. Una fatalidad.
-          ¿triste? Bueno, claro, triste, pero no fatal. ¡por supuesto que sería triste¡ todas las despedidas son tristes. Pero no me vas a decir que no sería original. Genuinamente nuestra. Sería, nuestra despedida. ¡ Única¡ - me tomo de la mano-  No me mires así de triste – me dijo - ¿ves? Cuando me mirás así es cuando más siento que me necesitas.
-          ¿y cómo no voy a mirarte triste?, si nos estamos dejando -
-          Nos estamos separando, dejarte, como quien dice dejarte, no. Dejarte sería no decirte nada. Sería, abandonarte; y yo no te abandono. Te pregunto ¿nos separamos?
-          Así como lo decís suena bien. Sí,  separarnos…- la miré fijo sin pestañear -   ¿querés otro cafecito?
-          Dale, traeme otro.
Me encaminé a la cafetería a buscar los café, no podía creer la manera de cómo se había precipitado la conversación respecto a una separación entre Norma y yo. Me dirigí a la mesa con los cafecitos en la bandeja. Norma no estaba allí. Estaba en el auto, bajando mi valija del baúl, la veía borrosa por el vidrio salpicado de gotas de lluvia que el viento estampaba contra el ventanal.  Cerró el baúl, agarro la manija de la valija, la estiró y la trajo consigo. Abrió la puerta de la cafetería. Entro con ella una ráfaga de viento. Se acercó hasta mí y me dejo la valija al lado - ¡Mierda que llueve fuerte¡ ¡Está fulero de verdad¡ - dijo mirando hacia afuera con voz pausada mientras se sentó lentamente frente a mi,  con una sonrisa  apenas perceptible. Solo yo podía saber que se estaba riendo. – tengo miedo, Norma – pensé. ¡Tengo miedo¡ traté de disimular mi angustia esquivando su mirada  mientras busque el sobrecito de azúcar para ponerle al café.
-          Estas decidida a dejarme, parece…
-          No, no estoy decidida, solo estoy haciendo las cosas para que se vaya dando ¿viste? Ya tenés la valija con vos, los documentos tuyos los tenés ¿no?
-          Si – dije, mientras manotee automáticamente el bolsillo de la campera – tengo miedo- seguí pensando.
-          Los del auto están en la guantera ¿no?
-          Si…
-          Yo tengo cinco mil pesos en efectivo y las tarjetas, ¿y vos, Carlos?
-          No te preocupes, tengo.
-          Bueno, listo, ahora combinemos la partida. En un ratito amanece
-          Sí… - miré el reloj automáticamente – son las  cinco de la mañana
-          Bien, entonces, yo sigo sola el viaje, en seis horas estoy en Buenos Aires, voy a ir despacio. Una vez en casa, duermo un rato, me levanto, me doy una ducha, preparo más ropa para llevarme, no mucha. Te llamo por última vez… No, no te llamo, te lo digo ahora.
-          ¿Qué?
-          Las llaves te la dejo debajo del macetón verde. ¿te quedas acá entonces?
-          ¿vos querés que me quede acá. Norma?
-          Y, mirá, sí. Para hacer las cosas más rápido y sin tanto dolor, mejor sí, quedate acá. Si es que vos estás decidido, claro, no te estoy forzando ¿no te estarás sintiendo forzado, no?
-          Bueno, un poco sí. Estás precipitándote un poco, me parece. ¿justo aquí? ¿en el medio del camino de regreso?
-          En la mitad del camino, en la mitad. El mejor lugar para dejar a alguien es en la mitad del camino, tenés la misma distancia para volver a donde estabas o para ir a donde te dirigías. No, Carlos, no me estoy precipitando ahora; nos estamos precipitando desde que comenzamos esta conversación hace unos cuantos años ya. Claro que nunca nos dijimos palabras al respecto como hoy. Nunca. Hasta hoy fueron pensamientos de cada uno expresados con miradas, gestos, silencios. Un “tenemos que hablar” latente. Como la mirada tuya de recién antes de ir a buscar café.
-          Por miedo
-          Quizás; o conveniencia…
-          ¿Y con nuestras cosas que hacemos? Los ahorros, la casa el departamento… el auto…
-          Confío en vos Carlos. Arreglá las cosas con el Escribano. Yo me pondré en contacto con él en diez días, explicale la situación, yo veré con él las formas legales, no te preocupes…
-          Bueno. Pero yo no decidí terminar con lo nuestro. No, todavía.
-          Ya lo sé Carlos, si a vos se te hubiera ocurrido esto, lo mismo me pasaría a mí, estaría indecisa…
-          No estoy indeciso por lo que debemos hacer, estoy indeciso por el lugar que elegiste…
-          ¡Ah¡ el lugar. Tenés razón, es importante el lugar… sí, por supuesto… el lugar… Carlos, me voy a fumar un cigarrillo afuera, luego me meteré en al auto a dormir un rato. Estoy cansada…
Se levantó con tranquilidad de la silla, me puso la mano en el hombro con delicadeza acariciándolo, se inclinó y me dio un beso en la mejilla.
 La vi encender el cigarrillo del otro lado del vidrio. Lo terminó rápido, se metió al auto, reclinó el asiento y se quedó allí. Yo no podía verla con el asiento reclinado, apenas un mechón de su cabello, hasta que el vidrio se empañó.

                                                               ………..

-          ¿hay un hotel lindo en este pueblo? – le pregunte a la chica de la caja del autoservicio -
-          Sí señor, hay uno lindo
-          ¿Cómo se llama?
-          Laboulaye, hotel Laboulaye. Aquí tiene un folleto – me dijo la empleada con amabilidad


Llamé al hotel y reservé una habitación – tenemos solo cama matrimonial, me contesto una amable recepcionista del otro lado del teléfono – le pedí que por favor me enviara un taxi.  – llámeme por favor cuando consiga uno y dígame que auto será;  al teléfono que le dejé, por favor si es tan amable… Señorita: ¿anotó bien?. ¿hola?... ¿hola?. Se cortó.
  

                                      ……………………………



Me quité la campera, me desajusté el cinto del pantalón y me derrumbé en la cama del hotel, como desmayado. Me sentí agotado, exhausto. Me dolían los ojos del cansancio y la tensión. Afuera la tormenta se había convertido en un temporal de proporciones, me fui durmiendo de a poco y escuché su voz;  no sé si entre dormido o en un sueño.

-       -   Te saco las zapatillas y las medias, Carlos, se te van a hinchar los pies. 

Curioso. Escuché cuando desató el nudo de los cordones deslizándose y oí caer una de las zapatillas que hizo sonar fuerte el piso de madera;  a  la otra no la oí caer, tapó  al ruido un trueno que sonó justo en ese instante;  el reflejo de un relámpago penetró mis parpados cerrados .
Sentí sus manos tibias masajeándome los pies… 

- Norma querida, balbucee, vení, acostate;  y me dormí.


Ruben Bassi.
De mis  cuentos "cuando llueve"

  

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