El miedo y Mañanita
-
¿Qué
me miras con esa cara de mono estúpido? ¿en qué estás pensando mirándome así?
-
Nada, Niseti. Nada, solo te miro, nada más
-
Me
quieres matar, quisieras que me muera ¿no es así? Porque me tienes miedo
-
No
te temo, Niceti. No te tengo miedo. No sabes lo que pienso, ni te lo diría. Sabes que puedes golpearme
para que hable y no lo haré.
-
Bueno,
¡basta¡no me mires¡ ¡agacha la cabeza¡.
-
Sí…
si…
-
Así
me gusta, obediente. No quiero que me mires a los ojos de por vida. Cada vez que lo hagas te daré una paliza. ¿me
escuchaste, basura?
-
Sí
Niseti, te escuché. Te escuché. No te miraré. Igual te aprecio, eres el único
que me presta atención.
-
A
partir de este momento ya no podrás mirarme. ¡límpiame las botas y prepáreme la cama¡, ya es
tarde. Mañana te levantarás antes del
amanecer. Irás al corral y limpiaras
toda la bosta de los caballos, luego le darás agua y alfalfa. Irás solo
¿entendiste?, ¡solo¡
-
Está
bien Niceti, pero ten en cuenta que me costará limpiar el corral, con mis
muletas se me hace difícil andar entre los caballos, ellos se asustan cuando me
ven con estos palos bajo los brazos
-
Paralítico
de mierda, todos los internados irán a asistir a las tropas que acamparan cerca
de aquí y yo debo pelar doscientos kilos de papas ¡¡ doscientos kilos¡¡ no me importan tus muletas ni el miedo de los
caballos. Harás lo que te digo, o de lo
contrario te arrojaré por el acantilado. Nadie preguntará por ti, Logan; así
que le limpiarás toda la bosta y le darás de comer a los caballos. ¿entendiste?
-
Sí,
Niceti, te entendí…Pero yo puedo pelar las papas, estaría sentado…
-
Me
voy ahora, Logan, está decidido, tu iras al corral. Debes ir tú, maldito, tú.
-
Niceti…
-
¿Qué?
-
¿Por
qué me odias tanto?
-
No
te odio, solo quiero que te mueras por paralítico. Hueles a mierda y estás
siempre sucio y cagado. ¿odiarte? No, ni siquiera siento eso por ti. Te
desprecio que es distinto, como se desprecia a la basura. Ni siquiera espero tu
muerte. Porque ya estás muerto, solo hablas y limpias, estas muerto; y hazme
caso, termina de morirte por tus propias manos, es lo mejor que puedes hacer
por ti. Te enterraré, Logan, no te preocupes, no soy tan malo. ¡Ah¡ en la
cocina de los establos tienes ración
para tres días y debajo del camastro hay ropa de abrigo. Cuando vaya a buscarte
más vale que hayas concluido tu trabajo.
-
Gracias,
Niceti… Gracias .¡Niceti¡, escúchame.
-
¡Qué
quieres ahora, mierda¡¡
-
¿te
duele mucha tu joroba, hoy?
-
¿¡qué
te importa, mierda¡¡??
Cien
caballos hay en ese establo, cien hermosos caballos, todos ellos hermosos
caballos, limpios, sanos, bien comidos. No sé cómo llegaré hasta allí. Pobre
Niceti, él y su joroba más grande que su
cabeza.... ¡El camino de la colina es tan empinado para mí¡ y yo con estas
piernas inservibles¡ Tendré que pasar por el desfiladero, siempre le tuve miedo
al desfiladero, es imposible pasarlo en muletas. La vez que fui al establo el
viejo Mullan me subió a su mula y me dijo: Iremos por el desfiladero. Recuerdo
que cerré los ojos del miedo al ver tan cerca el precipicio, solo los abrí para
mirar las orejas de la mula Mañanita, que de vez en cuando me miraba de reojo. ¿Por
qué no tenía miedo, Mañanita?
-
¿por
qué ir por el desfiladero, Mullan? Mañanita podría llevarme por el camino de la
colina-
-
¿Sabes
cómo llamar a Mañanita para que venga a ti? – me pregunto Mullan
-
¡No¡ -
le dije riendo- ¿cómo saberlo?
-
Pues muy fácil, di Mañanita, en voz alta
-
Pero, ¿por qué me haría caso, Mullan, si
apenas me vio esta vez?
-
¡Cállate¡, Logan - me pidió - ¡cállate¡. Solo llámala cuando la necesites, algún día de estos deberás cruzar este desfiladero, solo; y solo no podrás. Mañanita podrá cruzarte. Mañanita sabrá que hacer contigo, Logan…
..............................
No sé
cuántos años tendrá Mullan. Cuando llegué al orfanato, al comenzar la gran guerra, fue
él quien me alzó para bajarme del carruaje – un paralítico – dijo. - Pobre niño
– sentenció – Mira como está, parece comida para cerdos… ¿y cuántos años
tiene?- le preguntó al monje- aquí en la lista dice: paralítico sin memoria,
seis años – Fue la primera vez que supe mi edad desde que me desperté sin
recordar nada en un campamento sanitario militar. Me aferré a sus tremendos hombros por miedo a
que me soltara – el miedo. Siempre el miedo a no poder agarrarme - Lo miré fijo
a los ojos en ese instante; unos ojos grandes como plato, rodeados de arrugas
profundas, como tajos, de un marrón de tierra seca, debajo de
cejas muy anchas y pelirrojas que surcaban una frente enorme con un descomunal
tajo que la atravesaba de lado a lado y bajaba por su sien hasta su mejilla. Él me miró también pestañeando lento, como
diciéndome: tranquilo, tranquilo, niño,
no te arrojaré. – es una pluma, dijo Mullan – Necesita muletas – dijo el monje –
Le haré un par a su medida – dijo Mullan. Ya era viejo, Mullan.
............................
Y allí
estaba yo, decidido a cruzar el desfiladero.
Solo eran quinientos metros para ir hasta el gran establo y los corrales, solo quinientos
metros. Por el camino empinado eran cinco kilómetros de hermoso y amplio
sendero arbolado de álamos y aromos, rodeado de un paisaje inigualable de
campiña en otoño. Pero era un camino solo para gente que caminaba. Como todos
los caminos. Miré hacia El desfiladero, oscuro y gris, siempre como nublado – este es
un camino para gente que vuela – me dije- y yo tampoco vuelo. No quiero morir- Me senté
como pude en una roca. Deje mis muletas al costado apoyadas en la pared del
comienzo del desfiladero. Una se cayó al suelo y se deslizo por el declive
hasta muy cerca del precipicio – me quedé mirando fijo a esa muleta, como
intentando atraerla con la vista – fue inútil – deberé arrastrarme para llegar
a ella, arrastrándome, como siempre - pensé acomplejado – arrastrándome -
repetí con tristeza de mí mismo – Amanecía, el sol salía a mi
espalda, vi mi sombra proyectarse en la pared. Era más grande y más limpia que yo, mi
sombra. Giré mi cuerpo hacia el amanecer. Nada más hermoso que el sol del
otoño. ¡Mañanita¡ Pensé. ¡Mañanita¡ grite tres veces. ¡Mañanita¡… Mañanita ¡
…Mañanita¡ - ese último “Mañanita”, fue
con desesperación, llorando. Cerré los ojos, me quede quieto un instante
con mis oídos atentos. No vendrá pensé – No vendrá. Me deslicé por la roca hasta
llegar al suelo para agarrar la muleta - ¿y si me tiro por el precipicio? ¿Si
hago lo que me pidió el jorobado? Pensé, fugazmente –
Escuché
llegar a “Mañanita”. Sus cascos sonaron en el suelo pedregoso como campanadas
celestiales, todas para mí. Se paró a mi lado. Y allí estaba yo, tirado en el piso intentando
agarrar mi muleta con una mula defecando a pocos pasos de mí. Pude alcanzar la
muleta caída, Mañanita acerco su cabeza en la que tenía puesto un cabestro a mi mano,
me agarré fuerte de él y Mañanita se alzó despacio; agarrado a ella y con mi
muleta bajo mi sobaco pude alcanzar la otra fácilmente. Mañanita me miraba de
vez en cuando con el ojo izquierdo. Ahora había comenzado a orinar, formó un
gran charco de orín que por el declive del desfiladero pasó por mis pies una
correntada de pis que se precipitó como cascada por el acantilado. Calculo
que esa mula orinó más de tres minutos seguidos.
¿y cómo me subo a ella sin dejar mis muletas?- me pregunté afligido -. Me colgué de su crin, a la que que agarré con una sola
mano. Mi brazo, muy fuerte permitió mantenerme erguido, puse
las dos muletas colgando de mi otro brazo con el cual a su vez con un esfuerzo
brutal logre con ambos y mis manos como tenazas volcarme de panza en el lomo de
Mañanita. Juro que creí que lo hacía sobre una estatua de tan quieta que se
había quedado esa mula. Haciendo
equilibrio, giré noventa grados sobre el lomo, logre que mis piernas cayeran
como las de un muñeco de trapo a los costados del animal. Mi mirada se clavó en las orejas
grandes y erguidas de Mañanita, echadas para atrás, para escuchar con más
claridad mis bufidos, puteadas y lamentos.
– No tiene riendas - me dije apesadumbrado – con mis muletas colgando
como canastas en mi antebrazo y sin poder talonear al animal por la inmovilidad
de mis piernas, le pegue unas palmaditas suaves en el cuello diciéndole: Vamos
mañanita, llévame hasta el establo, nomás… y se movió mansa adentrándose en el
desfiladero.
El lento movimiento del lomo del animal era rítmico y acompasado haciendo que mi cadera se moviera de un lado a otro. A los pocos pasos de la mula, me quedé dormido.
Desperté.
Mi cabeza estaba apoyada en el cuello de Mañanita. Sentí su olor a sudor
equino que emanaba de su pelaje húmedo que mojaba el perfil de mi rostro.
¿Dónde estoy? Pregunté en voz alta – La
oscuridad era casi total. Miré hacia atrás. Solo se veía un leve reflejo de luz
que chocaba contra la pared de lo que al parecer era una gruta, una cueva, una
caverna.
Mullan me
dijo que le preguntara a Mañanita - ¿qué debo preguntarte Mañanita? – dije, riéndome
de mí – casi no veía la cabeza del animal, sí el brillo de su ojo cuando miró
hacia atrás. ¿Qué debo preguntarte? , bueno, ahí, va: ¿Dónde estamos Mañanita?
– Nada - ¿por qué me trajiste aquí? – Nada, Mañanita no hacía ni decía nada -
Miré hacia adelante, estaba todo muy oscuro.
¡Vamos¡ mientras tiraba de sus crines hacia atrás intentando regresar
hacia la luz – Nada – estaba ahí, estática como
mula, que era. Se me ocurrió
decirle – Bueno, a ver… ¡vamos, vamos, ¡arre¡¡ Mientras le daba palmaditas en el cuello.
Mañanita se movió hacia adelante. Comenzó a caminar adentrándonos en la
oscuridad más profunda; de esas oscuridades que se ven. Extraño, no sentía miedo. Solo escuchaba los
cascos de mañanita sonar contra el suelo rocoso de la cueva, que rompían un
silencio perfecto. ¿Falta mucho Mañanita? Pregunte en voz alta, entre risa.
Sentí un aroma dulzón; y Me dormí otra vez, ya no me importaba ni donde estaba
ni hacia donde iba.
Desperté
sobre el lomo de Mañanita nuevamente. Escuché el ruido de una corriente de
agua. Vi apenas el reflejo de pequeñísimos destellos de luz. Mañanita hizo un
movimiento de patas hacia atrás y hacia adelante. – ¿debo bajarme Mañanita? – otra vez se
movió, hacia atrás y hacia adelante. Tres veces le pregunté, tres veces se
movió hacía atrás y hacia adelante. Así estuve al menos una hora, calculé – Creo que debo bajarme, sí – Me sujeté con
una mano en la crin de Mañanita, en la
otra sostuve unas de las muletas que intenté apoyar en el suelo.
Una corriente de agua empujaba la parte de la muleta que se había
sumergido. Mañanita se movió nuevamente. Esta vez con más insistencia y
resoplando. Sin pensarlo cerré los ojos y me dejé caer en el agua, aferrándome,
eso sí, a mis dos muletas. Caí despacio deslizándome en el lomo de la bestia.
Sentí el agua debajo de mi pecho, lugar de mi cuerpo que sí tenía sensibilidad,
del pecho hacia arriba. Sentí que
flotaba, mis muletas apenas tocaban el fondo. Mi vista, acostumbrada ya a la
oscuridad percibió la silueta de Mañanita que lentamente comenzó a moverse
hacia atrás, alejándose, de a poco, despacio, muy despacio, hasta que se perdió
en la oscuridad. Solo escuche sus patas moviéndose dentro del agua a paso lento
muy lento. Hasta que no la escuche más. Ni siquiera la llamé, era como si yo
supiera que debía ser así, que estaba todo organizado para que fuera así. Solo
atiné a decirle en voz baja: ¡¿te vas Mañanita?¡ como quieras, aquí quedo yo y
mi miedo.
Me moví
hacia donde creí que había una orilla. El ruido de la leve corriente de agua
era más audible hacia ese lugar y los destellos más visibles, que ahora eran
más azules. El agua estaba casi tibia, era agradable. Como sospeché, había una
orilla. Me apoyé en ella, los destellos azules provenían de unas piedras
redondeadas perfectamente alineadas como a manera de pared. Eran bellísimas.
Tantee y note que había una especie de sendero al costado del curso del agua.
Deje mis muletas apoyadas allí. Llevaba puesto un sacón de tela arpillera, una
camisa y unos pantalones de cuero. Decidí desnudarme. Hice un
montoncito de ropa que acomodé encima de las muletas. Comencé a restregarme con mis manos todo el
cuerpo con fuerza. Sumergía mi cabeza y con las manos fregaba mi cabeza rapada
como la de todos los internados del hospicio. Jamás me sentí tan limpio. Una
sensación de alivio llego a mi alma al no sentir el olor inmundo de mi cuerpo
impedido. Por un momento experimenté una inmensa alegría como nunca había
podido tener. A medida que pasaba el tiempo mi vista se acostumbró más y más a esa
densa penumbra, que poco a poco se me reveló como un anochecer de luna de
cuarto menguante y me permitía ver los inmensos paredones de la cueva que se
perdían en la altura. Hermosa muerte, tendré – me dije - Moriré flotando,
rodeado de destellos azules. Bebí de esa agua hasta hartarme. Tenía un gusto
imperceptible a cítrico, levemente dulzón. Oriné y defequé allí con la vergüenza de ensuciar tan puro elemento.
No sé cuánto
tiempo estuve allí como un bagre en una gran pecera. Me animé a nadar de aquí para allá ya que podía
flotar sin esfuerzo como un corcho. En algunas partes el agua estaba más
caliente y allí se flotaba con más facilidad aún. Creo que pasaron muchas horas,
incluso días. Bebía y bebía como si fuera un banquete. Sentí que mi estómago
reaccionaba como si lo que ingería fuera una fiesta de nutrientes. Cada vez me
sentía más y más fuerte.
Al cabo de
no sé cuánto tiempo de recorrer un área de cien brazadas Decidí nadar hacia el
fondo más oscuro de la caverna. Me sentía muy fuerte y seguro de mis
acciones. A veces me sumergía por lapsos
espaciados. Me olvide de mis muletas y mi ropa. Nadé y nadé. De tan fácil que flotaba hasta podía dormir sin undirme. En un punto el agua comenzó a
estar más fría. No me importó, seguí y seguí nadando, con más y más fuerza.
Moriré congelado, comencé a pensar, riéndome a carcajadas por ello – Mas no me
importa - me respondí - ¡no me importa morir aquí¡- grite enloquecido – Jamás
había escuchado mi voz de esa manera. Era casi un rugido bestial. Seguí nadando
hasta quedar desfallecido. Alcancé a divisar una bifurcación en la caverna – cerraré los ojos ahora, y
me dormiré aquí, congelándome- Me dije – que el destino me
lleve por cualquiera de esos dos caminos que veo allí; y que me despierte Dios o el diablo si quieren. Sentí que la corriente ahora era más potente. Cerré los ojos me puse
boca arriba. Me dormí profundamente, frío como un muerto. Muerto… estaba muerto.
En el camino
de mi muerte recordé el fatídico accidente que me condenó a estar paralítico e
impedido. Vi la mano de mi madre extendida tratando de alcanzarme. Vi a mi
madre caer hacia atrás mientras me miraba horrorizada. Vi a mi madre estrellase contra las rocas, vi como a mi madre la arrastro hacia el mar una
ola gigante de la marea, entre espuma blanca, cabello negro y sangre. Vi el carruaje volcado, unos de
los caballos tirados en el camino con las patas quebradas sacudiendo su cabeza
contra el piso y el otro corcel tratando
de zafarse del yugo que lo sujetaba al que estaba tirado. Vi el brazo sangrando
de mi padre aplastado por el coche. Y no vi más nada.
…………………
Sentí que me
arrastraban por las piedras, abrí los ojos de a poco. Creo que tosí litros de
agua. Sentía frío ¿Las patas de Mañanita? – Me pregunté - ¿me pregunto? – Dije
– si me pregunto estoy vivo – deduje. Erguí la cabeza. Mullan tiraba de mi pie como
si estuviera arrastrando una bolsa – ¡mira que limpio estás¡ - dijo riendo¡- hasta cabellera, tienes… - anda – me dijo - mientras me sacudía como a
una rama – despierta de una buena vez. Quédate aquí, no te asustes - Vi como sacó de una alforja que colgaba de Mañanita un paquete que parecía ser ropa –
Anda –¡ Ponte esto, que hace frío¡ – me
dijo mientras me arrojaba prendas limpias. Siguió sacando cosas de la alforja,
una bufanda una gorra y …. Un par de rudos borceguíes militares…
Ruben Bassi.
De mis cuentos con miedo.
Me gustan tus relatos. Soy lectora de tus letras. Te felicito, Rubén.
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