el ventanal de ella.



Fondo Cósmico de Microondas


Veía pasar la vida a través del gran ventanal de su habitación, un rectángulo de dos metros por uno cincuenta. Desde su sillón, observaba  todo lo que acontecía del otro lado, el de afuera, en la calle. 
De vez en cuando se dormía. A veces apostaba consigo misma de qué color sería la vestimenta de las personas que pasarían . 
Horas, días, años, décadas pasaron; y ella, sentada frente al ventanal. De vez en cuando, algo la sorprendía. Un perro que intentaba subirse en el árbol  de la vereda enfrente a su casa, por ejemplo. Una vez vio a una señora mayor que se levantó la pollera y defecó en el medio de la calle bajo la tenue luz del farol. Era de noche. Eso la sorprendió. La señora en cuestión era una dama muy respetada en ese barrio - no puede ser- se dijo. La cuestión es que no sucedió una vez, fueron varias veces; hasta que en una madrugada de espesa neblina,  mientras practicaba su ritual coprofílico, el camión de la basura la atropello destrozándole la cabeza con el golpe. Murió en el acto. Defecar en el medio de la calle, de madrugada y con neblina, es verdaderamente peligroso, reflexionó ella, mientras hacía  repiquetear sus dedos en el apoyabrazos del sillón de cuero negro. Mucho más que viajar en avión, aseveró, mientras observaba a lo lejos , en el cielo, una luz difusa, roja,  titilante,  a través de nubes obscuras.
Ella gozaba cuando alguna  que otra pareja se detenía a abrazarse y besarse apoyados en la reja del jardín que daba a la vereda. Es que allí había una frondosa rosa china que extendía sus ramas y follaje de tal manera que formaba un especie de hueco verde con flores rojas que brindaba intimidad a los enamorados. - Ellos creen que nadie los ve -  decía ella, entre risitas. 
Una mañana la despertaron fuertes golpes y ruido de maquinas.  Observó cómo un grupo de obreros cortaba las rejas y derribaba  la media pared del frente de su casa.  Quedó perpleja, parecía el asalto a un castillo medieval.  En pocas horas destrozaron por completo la entrada. La rosa china, aplastada. Mas sorprendida, cuando un monstruo de hierro se dirigió directamente hacia donde ella estaba. La topadora arremetió sobre la construcción destrozando el ventanal y la pared del piso superior. En otra atropellada derrumbo el techo de la construcción.
Por algunos días llegaron más maquinarias y equipos de demolición hasta dejar el terreno completamente vació.  Ella no se movió de su cómodo sillón de cuero;  sentada en él, se deleitó con el espectáculo destructivo. Ahora el ventanal se había agrandado de tal manera que la visión era espectacular. Ella estaba contenta y agradecida con aquel grupo de personas que se llevaron su casa. Nuca gozó tanto los días, años, y décadas subsiguientes el observar lo que acontecía  frente a ella, sentada cómodamente en su sillón de cuero negro. Cientos y miles de niños vio pasar por allí, frente a su ventanal. Los vió jugar, crecer, crear, enamorarse.

Una tarde de verano llegaron otra vez muchas personas con cascos amarillos y blancos. Mas amarillos que blancos. De cada quince amarillos uno blanco, calculó; y otra vez más maquinarias; pero esta vez,  comenzaron a cavar un pozo, que en pocos días se hizo inmenso. Desde el sillón, ella miraba hacia abajo mientras exclamaba  - ¡ qué hermosa vista¡. Al rato se aburrió de ver cavar y cavar y quedó se durmió. Cuando despertó estaba rodeada de gente sentada frente a escritorios y pantallas luminosas.  Le ocultaban la visión de la calle. Desde el lugar que estaba ya no veía ni siquiera el horizonte. Se paró con lentitud del sillón. Caminó despacio entre los escritorios,  observando los gestos de las personas sentadas frente a ellos; Todos ellos, mirando hacia una pantalla rectangular luminosa llena de imágenes, números y colores que cada tanto cambiaban por otras más grandes y finitas. Se detuvo frente a un escritorio en especial. Había en él un almanaque - mil novecientos noventa y nueve, leyó. 
Regresó a su sillón, se sentó un rato. Observó a las personas sentadas frente a las pantallas luminosas durante años, décadas. Las vio engordar adelgazar envejecer, engordar. Ella, al fín se aburrió. Dirigió su mirada hacia lo poco que se alcanzaba a ver por el ventanal desde donde estaba, nubes. Se levanto, volvió al escritorio, el del almanaque. Leyó: 2020.  
Estiró los brazos hacia atrás, cerro los ojos por unos segundos, y echo a correr entre las personas y escritorios, atravesándolos. Se arrojó por el ventanal. Nunca cayó ni llego al piso, al que cada vez veía más alejado, hasta desaparecer - ¡¡mi sillón¡¡¡ - pensó desesperada - y al instante, estaba sentada en él, repiqueteando sus deditos en el cuero negro del apoyabrazos. ¡este ventanal sí que es grande¡ - murmuró. 

Ruben Bassi - 

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