Todos los pueblos tienen sus pequeños Napoleones

 
El origen de nuestro avance yace bajo la tierra,  sepultado, en nombre de Dios, de la Patria o la lucha libertadora. Difícilmente logremos cambiar las cosas si estas consignas no nacen de la concordia.  
Todas las culturas tuvieron su Napoleón; y todos los pueblos, también, forjaron a sus pequeños Napoleones.
Algunos, muchos para ser franco,  dicen y ejemplifican al primer mundo como una integración de pueblos “fuertes”,  inteligentes; “pueblos ejemplares”, “progresistas”.
Esos pueblos “inteligentes, fuertes ejemplares y progresistas”, resolvieron las cuestiones de disputas internas y externas de la forma más bestial y sangrienta: matándose hasta hastiar en guerras (civiles y comerciales) monstruosas con CIENTOS DE MILLONES de humanos muertos; Por lo que el primer mundo, digamos, es primer mundo, por  haber extermindado pobres conjuntamente con algunos miles de nobles, agitadores, pensadores y comerciantes.
Todos los avances tecnológicos y confort que ostenta el primer mundo,  Todos ellos,   son gozados por su  pueblo sobre gigantescos cementerios, sus tierras. Enormes extensiones de osarios y tumbas comunes su continente; depósito activo de ojivas nucleares que apuntan hacia todos lados, inclusive a si mismos.   
Mi país tuvo su Napoleón;  y sus Napoleoncitos; y a su vez,  de todos ellos, nacieron decenas de Gardeles y Negretes (parafraseando a Violeta Parra). Todos,  desde el más grande al más pequeño, dejaron por error, dolor, cansancio,  hastío  o muerte,  las cosas inconclusas; enarbolando su ego o con su culo enjabonado, no lograron, no quisieron, no pudieron o ni se imaginaron, en juntar las voluntades necesarias para conformar el ideario del país de todos; esas voluntades, que se encuentran justamente del uno y del otro lado del 50 %,  que sumadas,  son el 100 % de esto que elige el destino de la nación llamado pueblo. Todos ellos  a veces en  nombre de él (Dios) o de la revolución (o ambas cuestiones inflamatorias juntas),  conformaron rencillas domesticas con miles y miles de vidas truncadas por el sinsentido de dirimir a lo bestia, de la misma manera que las grandes bestias del  imperio y el viejo continente,  la construcción del país nuevo y a su vez,  el  nuevo continente.
 
Pocos, en la historia de la humanidad,  de aquellos hombres enormes, que crearon corrientes del pensamiento y forjaron con su impronta hasta civilizaciones, terminaron queridos por casi todos, respetado por adversarios,   rodeados de nietos y cocinando el asado de los domingos para su familia. Muy pocos. Ahora que lo pienso Investigaré si hubo alguno... Atenderé, si es que existió, con mayor atención sus pensamientos

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